Todavía no puedo contar todas las
cosas. Pero algunas cosas puedo. Me enamoré de ese hombre que me hablaba de
cosas del campo (soy de ciudad). Él siempre tuvo muy claro qué decirme. Y me
hizo entrar. La primera vez que me insultó estuve a punto de irme, de dejarlo:
todavía no vivíamos juntos, habíamos discutido porque yo no podía salir (estaba
con mi hija chiquita, de un matrimonio anterior). Él me miró con odio y lo dijo:
“pelotuda”. Agarré la cartera y casi me voy, pero volví a tratar de saber por
qué. Me quedé y él ya no se detuvo.
En los siete años que vivimos
juntos hubo de todo. Golpes, mudanzas, insultos, un hijo, palizas, patadas en
la espalda y en la cara, hijos pequeños de él que vinieron a vivir a casa,
amenazas. Una vez me agarró del cuello y casi me mata (vi todo negro, después
me soltó). Otra vez, estaban todos los chicos y cuando se distraían él me
pegaba puñetazos en la espalda; miraba de costado y vigilaba que no miraran y
volvía a pegar; es el recuerdo que más me atormenta, porque demuestra cuánto me
conocía (sabía que yo jamás gritaría delante de chicos). Llegó a amenazarme con
pegarme en la panza hasta que abortara “si me seguís jodiendo”. Otra vez él se
estaba bañando y yo entré al baño a hablar con él (porque habíamos discutido);
me senté en el inodoro y hablábamos; cuando no quiso discutir más, abrió la
cortina de la ducha y me pateó la cara.
También hubo una violación, una
sola vez se lo conté a alguien y me dijo que eso en el matrimonio no existe,
que cómo iba a violarme si éramos pareja, que seguro que a mí me había gustado.
Entonces no se lo conté a nadie más hasta ahora.
Una de esas mudanzas fue bastante
lejos (500 km de mi familia). Y un día él, que además había comenzado un
romance con otra mujer, me dijo que me fuera, que dejara la casa, el campo, los
hijos, que ojito con lo que me llevaba (aunque todo lo que había en esa casa
era de mi propiedad), que no me hiciera la loca y que no se me diera por demostrar
“hombría”, que él sabía muy bien que yo era una basura y que más vale que no me
quedara en el campo porque me iba a hacer la vida imposible y encima no me iba
a dar un peso.
Entonces agarré a mis hijos,
cuatro bolsos, las fotos y algunos libros. Me subí a un micro y no volví nunca
más. Ni a él ni al campo ni a ser maltratada. Me cobijaron mujeres (mi madre,
mi abuela, amigas). Nunca fui la misma y sigo sin entender por qué no tomé yo
la iniciativa de irme, por qué tuve que ser echada. Mi amiga (también le pegaron)
dice que lo importante es que pude, que lo hice: rescatarme y a mis hijos,
empezar todo de nuevo.
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