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Mostrando las entradas de junio, 2017

Miranda Flores

Me llamo Miranda, tengo 31 años, nací en la provincia del Neuquén. No me había preguntado sobre el abuso, hasta que me lo preguntaron y pude hacer memoria… Es que, quizás terminé por aceptarlo como “normal”. A los 13 años, en primer año del secundario, viví mi primer abuso. Puedo recordar exactamente hasta la luz del lugar, y a la vez, lo había olvidado. Fue un profesor de contabilidad de un colegio conocido. Con nuestros compañeros varones él comentaba si éramos lindas o feas. Después nos hacía pasar al frente y exponer sobre algún tema. Un día me toco pasar al frente, me trató mal; me dijo: ¿sos estúpida? Reaccioné y salí del aula amenazando con dar aviso a la directora. Él salió también, me agarro del brazo. Su rostro… sus gestos ya no tenían la soberbia de hacía un rato, era otra persona. Empezó a tocarme el brazo, caricias en el pelo y en la bufanda, terminó por tocarme los senos... y yo sin poder moverme, sin poder decir una sola palabra, quieta… Trató de convence

Mi hermana, por LF

Mi hermana soportó la violencia de él en silencio desde inicio del noviazgo. Él trabaja en un organismo del Estado que se dedica a defender los derechos de las personas más vulnerables, además es experto en artes marciales y manejo de armas. Recién nos enteramos de lo que estaba pasando después de varios años. Supimos   además que una vez mi hermana había intentado suicidarse con el gas. Era tal la violencia que sufría que llegó a justificar el ¨desahogo sexua l” de su marido aunque nos dijo también que después de cada episodio ella se ponía antiparras para no verlo, protectores de oídos y se envolvía en una frazada para evitar su contacto. En septiembre de 2010 mi hermana hizo la denuncia ante la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema de Justicia Nacional. En octubre, la ratificó y logró legalmente la exclusión de su marido del hogar. Al día siguiente me llamó desde la comisaría llorando. Estaba esperando un móvil para concretar la exclusión desde hacía

C.A.L, por Ángela Pradelli

Él es abogado, tiene 70 años, pero parece más joven porque siempre hace deporte y se mantiene bien. Los dos veníamos de matrimonios anteriores y teníamos hijos. Al principio yo no estaba superenamorada, pero era una persona interesante intelectualmente, y me trataba bien. Decidimos convivir y él vino a vivir a mi casa.  Después de dos años aparecieron los primeros indicios, que yo traté de tapar, ante mis hijos, mis amigos, traté de no verlos yo misma. Empezó por controlarme el celular y pedirme explicaciones. Me cuestionó que quisiera seguir estudiando, no quería que me formara, que me capacitara y me desalentaba en todos mis proyectos.  Tenía una personalidad muy controladora, no sólo conmigo sino con los objetos de la casa. Cuando yo cambiaba un sillón de lugar, o algo más insignificante, como un adorno, por ejemplo, él se desestructuraba, y se enojaba conmigo.  Además estaban sus problemas con el alcohol, y todo fue empeorando cada día. Hay tantas cosas que podría contar

Emilia, por Alejandra Correa

Tenía 17 años. Junto con mis hermanas se nos dio por hacer unas pulseras de madera pintada. Era verano y con un amigo decidimos ir a Córdoba de mochileros. Yo, como artesana, iba a vender esas pulseras que había hecho. Ahora, a la distancia, pienso que mis padres eran muy libres, tal vez demasiado para los hábitos de esa época, fines de los años setenta, no sé… Pero de ningún modo, la libertad que me dieron justifica ningún maltrato de terceros. Aunque esto lo pienso hoy, entonces sí les tuve rabia. Fuimos a Córdoba, paramos en un camping de Villa Carlos Paz. A los pocos días, mi amigo hacía su vida y yo la mía. Estando en Córdoba me enteré que estaba el Festival de Cosquín y como me gustaba mucho la música en vivo decidí ir. Asistí al espectáculo principal y después recorrí algunas peñas de los alrededores. Estaba contenta, esa noche me quedé a dormir en la casa de una amiga. Al día siguiente, para volver al camping donde estaba parando, se me ocurrió hacer dedo. Un

Idalina Gamarra, por Cecilia Sorrentino

Lo conocí hace tres años y me enamoré. Yo tenía veintidós. Nos presentaron unos amigos en Ciudad del Este, donde vivíamos. Al principio me encantó que buscara cualquier excusa para pasar a verme por la peluquería. Creí que lo hacía porque era atento. Yo había tenido a mi hijo muy joven, a los dieciséis, pero hacía ya tiempo que su padre y yo estábamos separados. Cuando lo conocí a él pensé que podría rehacer mi vida. Primero fueron sólo advertencias: “no hace falta que tengas amigas”, “no quiero que atiendas varones en tu peluquería”. Después empezó a celarme si iba al gimnasio, y hasta si leía una novela. Te parecerá increíble pero pensé: me cela porque me quiere. Una vez me empujó y me apretó fuerte un brazo. Pero se arrodilló y pidió perdón. La siguiente fue una cachetada tan fuerte que sentí miedo. No el de gritar a los cuatro vientos, sino el de callar. Es un  miedo que te vuelve sumisa, ¿sabes? Un miedo que no le deseo a ninguna mujer. Por ese entonce

Por qué llora esa mujer en La Garcìa Cultura

Agradecemos a Cynthia García y Mariana Collante por esta nota. https://www.cynthiagarcia.com.ar/llora-esa-mujer/

Andrea Barrionuevo, por Oscar Marful

Mi nombre es Andrea Barrionuevo y tengo para contar dos historias. La primera es de cuando tenía ocho años. En esa época mi mamá militaba en un partido político y nos dejaba, a mi hermana de seis y a mí, al cuidado de un señor que le había recomendado su jefa política. Este hombre se llamaba Ángel, le gustaba que le dijéramos Angelito. Junto con nosotras también se quedaba un bebé que tendría un año (todavía usaba pañales) hijo de una compañera de mi vieja. El lugar donde nos dejaban a los tres, era un departamento en Ciudad Jardín de El Palomar. No recuerdo la dirección; sólo sé que enfrente había una calesita, que veíamos con mi hermana desde la ventana del departamento. Angelito siempre estaba vestido con una toallón atado a la cintura y el torso desnudo. No sé si se vestía así cuando se iban nuestras madres. Era gordo y se movía despacio. Era un tipo de sesenta años o más. Uno de los juegos que más le gustaba era sentarnos a upa y pedirnos que nos moviéramos. Tanto a mi her

Julia, por Alejandra Correa

Tenía 23 años y hacía poco tiempo que vivía sola. Estaba tan feliz, me sentía tan bien, que creía que a partir de ese momento sólo iban a pasar cosas buenas. Dos hechos me hicieron prender todas las alarmas para siempre. El primero sucedió una noche en el barrio de Saavedra. Trabajaba en una productora de tv que funcionaba en una casa en Pinto y Huidobro. Ese día se había hecho tarde, serían las 10 de la noche, las 11 tal vez. Cuando salí, caminé derecho por Huidobro hasta Cabildo, seis cuadras a paso rápido, enfocada en llegar. A las tres cuadras, un auto comienza a seguirme. Se me adelanta y frena en el borde de la vereda. Se baja un tipo con el pelo muy corto, morocho, corpulento. Un cana, pienso. De frente se acerca y me dice: “Flaquita, vení, vamos a tomar algo, te invito”. Lo que decía y su actitud física me hicieron retroceder instantáneamente. El tipo me agarró del brazo derecho y muy rápidamente, lo dobló y me lo puso en la espalda. Con su otra mano me agarró del

Testimonio Claudia Aguilar

Era febrero o marzo de 2010. No recuerdo mucho de ese verano, tenía 21 años, había cortado con el que había sido mi novio por 5 años el diciembre anterior y, a veces, es muy difícil saber qué hacer con la angustia. Había salido a bailar a Ramos Mejía, estaba muy borracha o muy drogada o ambas (si es que existe alguna diferencia). Me tenía que tomar el colectivo de vuelta en la esquina de la casa en la que había vivido con Gastón, mi ex, y en la que él seguía viviendo. Todavía tenía la llave, toqué timbre y entré. Abrí la puerta del pasillo y Gastón abrió la de la casa, que era el PH del fondo. Sólo necesitaba dormir por unos cuantos meses. En la cama, entredormida, veo al chabón arriba mío. “Salí, dejame”, le grité. Para lo único que sirvió fue para que me agarre las dos manos con las suyas por arriba de mi cabeza y no me dejara moverlas, todo al unísono con el susurro “puta, viniste para que te coja” en el oído. No lo podía mirar a la cara, yo no lo podía mirar a él. Mira

Aprueban la ley que quita la patria potestad a los condenados por femicidio

El Senado argentino convirtió en ley un proyecto por el cual se privará de la responsabilidad parental -conocida como patria potestad- a las personas que han sido condenadas por femicidio, por lesiones graves contra la madre o sus hijos o por abuso infantil. La iniciativa fue elaborada por la senadora Marina Riofrío (FPV). "El objetivo es evitar que los hijos que pierden a su mamá a causa de un femicidio queden a cargo de su papá, es decir, del victimario. Esta ley resguarda a los niños y niñas de ser víctimas por partida dobe o revictimizados", explicó la legisladora sanjuanina, quien sentenció: "Es una medida de justicia y protección para los hijos que lograron sobrevivir al horror del femicidio". La iniciativa ya había sido aprobada por el Senado, pero cuando lo debatió la Cámara de Diputados se le incluyeron varias modificaciones, por lo que retornó a la Cámara alta. Hoy, el Senado lo convirtió en ley, aceptando los cambios de la cámara revisora. Los diputados i