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C.A.L, por Ángela Pradelli


Él es abogado, tiene 70 años, pero parece más joven porque siempre hace deporte y se mantiene bien. Los dos veníamos de matrimonios anteriores y teníamos hijos. Al principio yo no estaba superenamorada, pero era una persona interesante intelectualmente, y me trataba bien. Decidimos convivir y él vino a vivir a mi casa. 
Después de dos años aparecieron los primeros indicios, que yo traté de tapar, ante mis hijos, mis amigos, traté de no verlos yo misma. Empezó por controlarme el celular y pedirme explicaciones. Me cuestionó que quisiera seguir estudiando, no quería que me formara, que me capacitara y me desalentaba en todos mis proyectos. 
Tenía una personalidad muy controladora, no sólo conmigo sino con los objetos de la casa. Cuando yo cambiaba un sillón de lugar, o algo más insignificante, como un adorno, por ejemplo, él se desestructuraba, y se enojaba conmigo. 
Además estaban sus problemas con el alcohol, y todo fue empeorando cada día. Hay tantas cosas que podría contar. Yo tengo algunos problemas de salud por lo que tengo que hacer una dieta bastante estricta, es un sacrificio para mí pero tengo que hacerla por mi salud, él me llenaba la heladera de todo lo que yo no podía comer, cocinaba achuras y me insistía para que comiera. 
Siempre me descalificaba, sobre todo cuando tomaba, el alcohol lo ponía más violento y revoleaba alguna cosa. Después de las peleas, cuando se le pasaba, me  regalaba flores, viajes a Montevideo. Hizo todo lo posible por alejarme de mis amigas, sobre todo de las que tenían una personalidad más firme, no quería que estuviera con ellas. 
Él es misógino, cuando se hablaba de una violación en los medios, él siempre terminaba defendiendo al violador, me decía que a lo mejor la piba había salido mal vestida, provocando a los hombres. 
Una vez, llegó tomado, no se dio cuenta que yo estaba en mi cuarto. Desde el cuarto lo oí hablar por teléfono, arreglando una cita con una prostituta: “¿Podés hoy?, tengo ganas de verte, pero ando con poca plata, haceme un buen precio.” Yo salí del cuarto: “¿Qué carajo estás haciendo, con quién hablás?” Él dio un golpe fuerte sobre la mesa y se quebró la mano. ¿Y a vos qué mierda te importa?”, me gritó y rompió la puerta de la cocina.  Cuando le planteé que tenía que irse de mi casa, me dijo que quería plata. Tuve que iniciarle una demanda para que se fuera de casa, tuve mucho miedo, mi abogado me aconsejó pedir un cerco perimetral. Al mes, la jueza me denegó el pedido. Fue algo muy raro, por un lado, ganó él, ya que la jueza no dio lugar a mi pedido de que él se retirara de mi casa, pero por otro, me llamó la secretaría del juzgado y me confirmó que él iba a irse. ¿Cómo se entiende eso? Yo creo que fue un arreglo entre ellos. Le evitaron tener una mancha en el legajo profesional a cambio de que se vaya de mi casa. Lo protegieron. A mí me hizo muy mal, una siente que la justicia termina siendo un arreglo entre abogados amigos. 
Estuvo un mes más en mi casa hasta que finalmente se fue hace dos meses. 
En este tiempo, sin él en casa, dejé los tranquilizantes, ya puedo dormir otra vez sin pastillas. 

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