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Las víctimas tienen la palabra, por Silvina Friera para Página/12

Foto: Martina Bertolini



Las secuelas de la violencia permanecen en el cuerpo, en la memoria, en la mente. “Él se peleó con mamá, yo escuché un ruido como un cuete y la vi a mamá en la cama acostada con mi hermanito –cuenta Valentino-. Papá, mamá tenía sangre en la cabeza. Papá, ¿adónde la llevaron los doctores, la van a curar?” El femicida Carlos Peralta mató a Belén Canestrari, la mamá de Valentino, y fue condenado a cadena perpetua. Carmen Rivera le escribe una carta a la entonces presidenta, Cristina Fernández: “Al descubrirle una doble vida la reacción del señor A.L. fue la violencia: me dio palizas durante cuatro meses desde el 3 de enero de este año 2014, hasta que escapé con lo puesto de mi domicilio a fines del mes de abril, al ver seriamente amenazada mi integridad física y psicológica. Y me fui a vivir a la casa de una amiga. Porque, señor, el señor A.L. me hubiera matado, seguramente, sin importarle que en el año 2012 sufrí un infarto muy grave”. ¿Por qué llora esa mujer? es un libro colectivo –imaginado y coordinado por las escritoras Ángela Pradelli y Alejandra Correa y prologado por María Pía López- que incluye más de treinta testimonios de mujeres víctimas de distintas violencias. El libro en formato digital (http://porquelloraesamujer.blogspot.com ) busca editora que lo ponga en circulación también a través del papel.

“Todo surgió cuando Ángela, que estaba en una beca en China, hizo un comentario en Facebook por la marcha Ni una menos que se hizo en 2016. ‘Algún día vamos a tener que escribir y darles voz a estas mujeres’. Yo le comenté: ¿por qué no lo hacemos? Cuando ella volvió, armamos un grupo y muchas escritoras y escritores se ofrecieron para tomar testimonios y así se creó este libro colectivo –recuerda Correa a Página/12-. Cualquier mujer víctima de violencia podía ser una testimoniante y muchos escritores iban a escuchar los testimonios y escribirlos, con la premisa de que se respetara la voz de cada de una de esas mujeres de distintas clases sociales y profesiones. Hay testimonios de violaciones y de familiares víctimas de femicidios; hay un espectro enorme de situaciones donde la mujer está expuesta a distintos tipos de violencia, que finalmente es una misma violencia”. Excepto los casos de familiares de femicidio, que aparecen con sus nombres reales, el resto de los testimonios de mujeres están con seudónimos. “Muchas mujeres se acercaron, pero al momento de tener que dar el testimonio no pudieron. La situación de escuchar el testimonio de una mujer es muy fuerte, pero también ver ese testimonio por escrito es muy sanador porque lo ponen fuera de sí misma; es una manera de decir ‘no me define la violencia que sufrí; es algo que me sucedió’”, recuerda Correa, autora de los poemarios Los niños de Japón y Cuadernos de caligrafía, entre otros.

“Nos conmovió especialmente la escritura de testimonios de Svetlana Aleksiévich, La guerra no tiene cara de mujer y, sobre todo, Las voces de Chernóbil. Ojalá esos trabajos hayan sido un faro para este libro”, dice Pradelli. “Quisimos ser algo así como médiums entre los testimonios y los textos, es decir que la escritura no tapara nunca las voces de las mujeres contando sus historias sino todo lo contrario, es decir, que nuestra escritura fuera lo más imperceptible posible. Esa fue nuestra intención desde un principio, no sólo escuchar a las víctimas, sino, sobre todo, que también los lectores pudieran oírlas al leer los textos”, plantea la autora de El lugar del padre y La respiración violenta del mundo, entre otras novelas. “Trabajamos con mujeres que estuvieron durante años y años bajo mil kilos de silencio, que vivieron con pánico por las amenazas. Para nosotras fue una prioridad preservar sus voces, sus modos de decir, la cadencia de la oralidad, incluso las interrupciones en los relatos. Son mujeres con cuerpos golpeados, que habían enmudecido su dolor por años y que finalmente habían decidido hablar y contarnos el miedo, la angustia, el trauma. Todo eso deja marca en el lenguaje oral, que es la materia de los testimonios y los relatos, es importante reconocer las huellas y preservarlas en la narración”, advierte Pradelli.

El título del libro colectivo viene del eco de un poema de Susana Thénon (1935-1991) “Por qué grita esa mujer”, versos que ponen el desgarro del sufrimiento entre las manos. “En el final, la mujer ya no grita más porque está muerta, y todos empezarán, prontamente, a olvidarla. Aun cuando en nuestro libro hay casos de mujeres asesinadas, ¿Por qué llora esa mujer? refleja un momento social muy diferente, un momento en que, tomando la posta de lo muchísimo que hicieron las feministas que nos precedieron, las mujeres estamos unidas como nunca –explica Pradelli-. Preguntarnos por qué llora es también acercarnos a la que sufre en la explosión de sus dolores. La pregunta ¿por qué llora esa mujer? es profundamente política, es personal y social a la vez”. 

Correa y Pradelli afirman que la violencia machista atraviesa todas las capas de la sociedad, todas las instituciones, la escuela, la justicia, los hospitales. “Cómo no va a temblar la tierra si esa ideología perversa empieza a caerse –subraya Pradelli-. Esta sociedad, casi en bloque, siempre defendió a los violentos, los ocultaba. Esa estructura patriarcal está resquebrajada, se desmorona. La fuerza del feminismo es imparable. Hace un tiempo que en las escuelas se repiten, cada vez con más frecuencia, escenas en las que las alumnas señalan y ponen en evidencia la ideología machista de sus docentes, en el lenguaje que usan, en sus pensamientos, gestos, etcétera. Por supuesto que es desolador escuchar esos discursos en las aulas. Pero cada vez más, las niñas y las jóvenes son las que ahora explican al mundo adulto, incluso a sus docentes, qué es la perspectiva de género, porque ya no soportan más un mundo de derechos recortados; entonces el desconsuelo gira a esperanza. Yo creo que en ellas está la esperanza más grande”. 


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