Cuando mi padre volvía borracho a la madrugada, nos echaba a mi madre y a mí a la calle y teníamos que refugiarnos en la casa de algún familiar. Lo recuerdo todo como si lo estuviera viviendo hoy: el miedo, nosotras escapando. Siempre era así, hasta que un día él iba a buscarnos, mi madre lo perdonaba y volvíamos los tres a la casa.
Mi padre decía que se había casado con mi madre porque ella había quedado embarazada y se quejaba porque decía que tenía que trabajar para mantenernos a las dos.
Que sin él, nosotras no éramos nada, nos decía, que no valíamos nada. Le decía a mi madre que era gorda, que nadie la iba a querer, que no tenía donde caerse muerta y la dejaba encerrada, mientras él se iba a gastar el sueldo en alcohol y prostitutas. Mi madre tuvo que empezar a limpiar casas para que pudiéramos comer.
Cuando discutían, mi padre siempre estrellaba platos contra las paredes. Yo me iba a mi habitación, me tapaba los oídos y me preguntaba por qué mi mamá no reaccionaba, por qué no nos íbamos y dejábamos de vivir en ese infierno, pero él ya había socavado su confianza y su autoestima.
Cuando por fin se separaron, tuve que quedarme con él porque mi mamá no podía mantenerme. Mi padre prometió pagarme los estudios a cambio de que no la viera más, inventaba fabulas sobre ella y llegó a decirme que ejercía la prostitución y también que yo no era su hija. Cuando sospechó que yo la veía a escondidas, me amenazó con llevarme a un juzgado de menores.
Ya más grande, en cuanto pude, me fui a vivir la capital. Después de dieciocho años regresé y él me ofreció, bajo la excusa de hacer las paces, vivir en la casa que había pertenecido a mis abuelos. Acepté porque era la oportunidad de recuperarla, restaurarla y dejar de pagar un alquiler. Él vive en la casa de adelante.
Al principio se comportaba bien, pero al poco tiempo volvió a maltratarme y a manipularme. Me queda chico este espacio para contar todas las manipulaciones psicológicas que sufrimos, tuve que hacer años de terapia para mirar de frente todo esto sin desmoronarme.
Hace dos días, me animé y por fin pude denunciarlo ante la justicia. No quiero que se nos acerque nunca más ni a mi hija ni a mí.
No es fácil denunciar a tu padre. Tengo mucho miedo de sus reacciones como si él estuviera adentro mío, en mi cabeza.
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