Otro día se fue a dormir la siesta, como siempre, y nosotras nos quedamos viendo dibujitos. Al rato nos llamó para que fuéramos al dormitorio y nos pidió que nos sentáramos sobre su parte íntima y nos moviéramos. En un momento se sacó el toallón y me puso el pito en la boca. No me olvidé nunca. Lo que más recuerdo es a mi hermana llorando asustada en un rincón y otra cosa que me pasa, es que ahora que lo cuento, vuelvo a sentir el olor de ese viejo. Cuando fuimos adolescentes se lo dijimos a mi mamá. Ella se puso furiosa y fue a buscarlo, pero Angelito ya se había muerto de un ataque al corazón.
La segunda historia que quisiera contar es de violencia de género: A los catorce tuve mi primer novio. Se llamaba Gastón y era dos años más grande que yo. Era un winner bárbaro. Había salido con muchas chicas y yo fui una de las que cayó en sus redes. Mi mamá lo adoraba y mi papá también. Al principio todo fue normal. Pero después empecé a notar que era re-celoso. Cuando íbamos por la calle, me exigía que fuera con la cabeza gacha. Y si levantaba la vista, empezaba con que estaba mirando a otro pibe. Lo peor es que yo le hacía caso. Siempre le digo a mi hija: “nunca le hagas caso a ningún hombre. No dejes que ninguno te mande, porque si lo permitís, cagaste!”. Mis amigas me decían “Andrea, dejalo a Gastón, dejalo” y yo nada. Hasta la ropa me elegía; andaba vestida como una vieja, para darle el gusto.
Una vez iba a lo de una amiga y él se ofreció a llevarme en el auto. Le dije que quería ir caminando y me siguió. Se puso a la par en la calle: “Subí, putita”, me decía. “¿Por qué querés ir sola? ¿Tenés otro macho? Ya llevábamos dos años y un día me pegó fuerte. Antes había habido algún empujón, pero como yo me “portaba bien” no le hacía falta pegarme.
Me fue a buscar al colegio y delante de todos mis compañeros me tiró contra una persiana y me agarró del cuello. Yo llevaba en la mano una cajita de madera que habíamos hecho para el día de la madre y se la estrellé en la nariz. “Ahora te mato” me dijo y me dio un par de piñas en la cara. Un tipo que pasaba quiso meterse. Él lo puteó. Pero gracias a eso se fue. Me volví corriendo a casa para que no me vieran mis compañeros. Sentí que sangraba. Entré para hablar con mi hermana, pero estaba con su novio. Fui a mi cuarto y me encontré con que Gastón ya estaba ahí, sentado en la cama y con una pistola en la boca. “Después de lo que te hice me tengo que matar”, me dijo. Me vi en el espejo del modular. Tenía la cara desfigurada. Al otro día me llenó de regalos.
No volvió a pegarme. Pero igual, un año después lo dejé.
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